Miscelánea
FJCD
La democracia, decía Vladomiro Bebel (Macondislandia, S. XXX aC), excelsa pluma que realizó una descripción excepcional de los procesos democráticos, cautivo realizador de una literatura impar en una época donde el capitalismo neandertal se había afianzado y su evolución imparable le llevará a lo que en aquellos tiempos llamaron globalización, llegará a tal cumbre que el hombre de hoy no comprenderá porque es un bebé de brazos, un neonato con demasiadas limitaciones intelectuales. La vida de Bebel entraña demasiadas incógnitas para sus biógrafos, todos coinciden en que se erige en un monstruo de la literatura universal, pero existe una faceta que desconcierta a todo aquel que ose acercarse a su obra y su prolífica existencia. Este hombre resulta inclasificable, fue un adelantado a su época por centurias. En sus escritos dejó adelantos que erizan la piel; al adentrarse a la obra y acciones de Bebel no hay valientes y quienes sostengan lo contrario mienten. Él predijo el sometimiento por el hombre de las leyes de la naturaleza, visualizó la aparición de la bioquímica (hizo la primera tabla periódica incluyendo elementos hasta ese entonces desconocidos como el sodio), revolucionó los sistemas de riego agrícola y creó un manual para seleccionar semillas genéticamente modificadas; inventó la primera máquina de vapor y la adaptó a su invento que llamó, por razones desconocidas, ferrocarril. Fue el primero en desentrañar el enigma del ADN, viajó al territorio que siglos adelante se conocerá como Sudáfrica y realizó el primer trasplante de corazón. Acercó comunicativamente a las tribus con un espectacular invento llamado telégrafo, abrió los océanos a la navegación, posteriormente patentó la vacuna contra la deslealtad, elaboró medicinas contra el engaño y predijo la colonización de tierras lejanas y les llamó América o África cuando ya sus congéneres le clasificaban como paranoico irredento, bipolar contumaz, esquizoide por elección. Se puede decir que fue el primer adivino, el primer y más portentoso clarividente con la simple técnica de leer los entresijos a los quirópteros machos sin destetar.
Plutarco Célibe, el más audaz biógrafo de Bebel, sostiene que, cuando éste ya se encontraba en su lecho de trasmutación biológica, calculando la edad con el calendario romano, gastando los 124 años lunares, un ujier de todas sus confianzas le preguntó, obviando su fértil vida de éxitos y aciertos astronómicos (sagitario ascendiente con tauro) y sus atinadas predicciones: “Señor, ¿acaso en su pletórica vida no tuvo siquiera el atisbo de un fracaso?” a lo que Bebel respondió: “Mi fiel compañero, muero sin probar hembra de ninguna especie, si esto también se puede catalogar como un éxito, como una fatalidad o una premonición. Pero un día, durante una cacería de mamut, conocí a una mujer y me enamoré estúpidamente de su belleza impar. Para esos amaneceres y anocheceres, como usted ya ha registrado en las enciclopedias, yo ya había inventado el piano, el acordeón, la guitarra, el requinto, el oboe y el contrabajo. Cada noche llegaba al balcón de su cueva y le cantaba canciones que escribía especialmente para ella, ¡pura miel! Ella me rechazaba tajantemente y tanto insistí con conciertos sinfónicos y canciones
nuevas que describían su belleza que terminó aceptando ser mi novia. Ese noviazgo duró veinte años y fue tanta mi desdicha que, considero que el haberme aceptado ha sido mi peor derrota. Ahí fue donde conocí el fracaso. Después me dediqué a crear música y canciones en masa, cartas de amor a nivel industrial que inundaron el mercado mundial, tarjetas de felicitación musicales, invitaciones para bautizos, XV años y divorcios. La tarjeta más popular es aquella que al abrirla canta: “dale alegría a tu cuerpo Casandra…”
Pero la biografía de Bebel no tiene fronteras. De acuerdo al investigador pre romano Vespasiano Rosdolsky (Macondisland S. XXVII aC), otra pluma elegante de época, en su vomitiva obra, Pero podemos intentar seguir siendo amigos (Cicuta Editores, S. XXVI, aC, edición con pasta dura en piel de nonato) sostiene que Bebel “Tuvo la visión de inventar la democracia y las clases sociales (si no de qué serviría la democracia), también provocaba lluvias a su antojo, cambió de verde a rojo el mar, si deseaba llegar sin retraso a alguna cita utilizaba otro de sus inventos: la levitación exprés. Ante el asombro de tribus famélicas que le idolatraban multiplicó peces y bienes. Su pueblo le adoraba porque les entregó, gratuitamente, un incomprensible invento llamado internet, también mostro generosidad al ceder gratuitamente acceso a las redes sociales, el chat GPT y la IA. Las tribus se arrodillaban a su paso y él, siempre adelantado a su tiempo, les dijo una mañana: como pueden constatar, soy el más inteligente, el que ha acumulado más experiencia y he monopolizado toda la sabiduría ancestral y del futuro. Desde hoy seré su emperador. Y así fue hasta el final de los tiempos, cuando el sol creció desmesuradamente, se tornó anaranjado creando una implosión que devoró a los planetas cercanos a ese enorme astro. El planeta sucumbe y la leyenda permanece.” (pp. 521)
La última y nos vamos. Maldita hemeroteca: “Exigen diputados se investiguen los presuntos sobornos dentro de la legislatura” (LJZ 29/06/2023). ¡Horror! Si dentro de ese edificio todo es entereza, jamás unos cubículos repletos de desconfianza, de vendettas. Dentro de ese palacio todo es preocupación por un pueblo infectado de ambiciones e indiferencia, analfabeta, mediocre. Pueblo lumpen que merece el desprecio de los políticos todos. Asumiendo que la política es el oficio más antiguo del mundo, que es la representación caricaturesca de la posmodernidad ramplona y barata, nada de eso debe cautivarnos. Por lo que, dudo que exista la mínima sospecha sobre la pulcritud legislativa. Vamos respetando la belleza de ese sagrado recinto. ¿Puedo llevar un colchón y pernoctar por algunas semanas allá?
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