domingo, 10 de marzo de 2024

MICELANEA

 Miscelánea

FJCD

Existe una soberbia mitología sobre irrelevantes inquietudes populares, por ejemplo; ¿quién elige realmente a los candidatos que, infelices se adherirán a la nómina pública? Conocemos que los poseen hasta el infinito, pero, ¿Cuáles son los múltiples atributos que requieren para ser investidos y vitoreados por las masas enardecidas? ¿De qué rincon nervioso brota esa cualidad de romperse en pedazos entre varias ideologías y partidos y mantenerse enteros? Son enigmas que ni las laxas leyes de la evolución sabrían desentrañar. Estas permanecen intactas hasta que apareció la brillantez de la síntesis analítica en las cavidades craneales de Saturnino Thorez (Maconlingrado, S. XXIV aC) y Elpidio Zhukov (Macondfest, S. XXIV aC), quienes nos obsequian un portentoso steeplechase sobre el método de selección y por qué de los candidatos elegidos a la Duma y a otros sub espacios.

El neólogo de Elpidio Zhukov, un adelantado a su tiempo en la acepción más totalizadora del término, en su magistral recopilación de ensayos Y terminarán convertidos en memes de sí mismos (Boñiga Ediciones, XXV aC), analizó el yo y el super yo de los candidatos(as) a ocupar puestos de “elección popular” (frase con la cual se inventaron los eufemismos), y suscribe ideas con las que nadie, absolutamente nadie, está de acuerdo, hasta nuestros días: “Ser designado candidato(a) por dedazo o por la meritocracia evanescente, por abyección espiritual o por cualquier atributo personal –sostiene Zhukov- es una clara muestra de la capacidad que tiene el homo antecesor de superarse empantanado en su brillante estulticia. Ser ungido significa instalarse en lo efímero de la trifulca y sufrimiento que implica debatirse entre un amplísimo abanico perfectamente difuso de principios. ¿Por qué eligen a los de siempre y no a los de nunca? Se designan a los mismos –saltimbanqui les llaman- por tener nexos directos con la aristocracia de las franquicias clientelares y depredadoras de recursos públicos apodados partidos. Ser ungido como candidato(a) es orear en el ágora su invaluable y envidiable síndrome de Procrusto compartiéndolo como valor agregado y como perspectiva de su futuro trabajo legislativo o burocrático en beneficio de las masas. La experiencia de los últimos cien siglos corrobora que el IQ es su fuerza existencial, por eso elevan a nivel de arte la abulia, la complejidad de la simulación en virtud. No resulta sencillo llegar a una candidatura, los requisitos son infranqueables: maquillaje declarativo, el fingimiento de haber inaugurado la zona popof o integrarse alegremente al Harlem legislativo o de cualquier puesto de “elección popular”. Ser candidato(a) es dignificar el gueto donde se vive permanente el reventón (ahora le llaman party), donde las horas se diluyen de coctel en coctel y el deseo de ver sus informes de actividades habitando la página roja y la sección de sociales (otra variante de la coherencia amarillista). El sistema político-electorero es tan generoso que al ser designado como candidato(a) les convierte, en automático, en líder carismático, omnisciente, ser de luz y, como los dejemos sueltos, seguro llegarán a presidir la ONU, a la presidencia de Macondisney, a colonizar Orión y llevarse a su dinastía y formar

gobierno consanguíneo transgeneracional. Ellos mismos se convertirán en IA que se reflejará en su improvisación discursiva y praxis cotidiana.”

Por otra parte, Saturnino Thorez nos legó una diáfana descripción de los socialités, los neocosmopolitas, de las selectas burguesías convertidas en gerentes de las franquicias electoreras (todavía no se les bautiza como Partidos y menos organismos de utilidad pública), de las dinastías que capturaban sectas que monopolizaban la multiplicidad ideológica que profetizaban y encarnaban la vanguardia para la desaparición de la incipiente democracia. Extraemos líneas cenitales de su obra No te adjetivo porque sé que lo disfrutas (Pirul Macho Editores, S. XXIII aC), “De entrada, las franquicias electoreras son canteras para enquistar personajes poliédricos, mientras aquellas hordas que les votan se encuentren desprevenidos o adormecidos leyendo el Manifiesto del Partido Macondistaní para ubicar semejanzas y rupturas con el Catecismo del Obispo Heindrich Marx Ripalda. Siempre propalarán lo opuesto: si se trata de un partido de “izquierda caviar” untarán a sus ungidos como progresistas de cine mudo, solidarios de salón, dirigentes probos e incorruptibles de kínder; si son de “derecha neandertal”, irán caminando por la campaña como moralmente correctos, impolutos, virginales, tejidos a mano por Dios, iluminados, inquilinos de sacristía, rebeldes bajo las sábanas, inventores del coitus interruptus mental, confesores amateurs, hijos(as) putativos(as) del Espíritu Santo (sin pecado concebidos), iluminados, su motor: el amor al próximo. Poco dados a las trampas, a la turbiedad del pecado, a la tentación cárnica, ultraconservadores, proteccionistas, regulacionistas en el terreno económico. Atributos que derrotan a la voluntad de los incautos frente a las urnas. Las dos acepciones nunca se repliegan a derechos de sangre, a negociaciones de sobrecama, a decisiones dinásticas, a componendas de cualquier tipo. ¿Qué puede salir mal? La robustez de la democracia de Macondjajá, que en vez de dioses nos ha impuesto como candidatos a parábolas, a intentos consolidados, a flechas del alma y de la sabiduría que solo entrega la pobreza de espíritu inculcada en la Omertá. La democracia de Macondislumpen va a excelente. Cualquier parecido con la realidad, es la pura realidad.”

La última y nos vamos. Más de dos millones de spots para promocionar el ego de los candidatos que nos tragaremos sin la mínima intervención de la sociedad protectora de animales. Más de dos millones de leños arrojados a la hoguera de vanidades declarativas. Con estos candidatos la mini pizca que nos quedaba de humanidad e inteligencia ya hemos superado la frontera de lo absurdo y lo grotesco, merecemos, sin excusas, la extinción para salvar a este pinche país. ¡Bravo! ¡Hurra! ¡A la bio, a la bao a la bin-bon-ban…! Lo que todos esperábamos: la puesta en valor de “El Torito” (se fusiló el concepto ante la cruel abundancia de escasez neuronal), la excusa oficial para incrementar la extorsión. ¡Qué-bo-ni-to!

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