EL DISCURSO DEL REY
Nace en las Indias
honrado,
Donde el mundo le
acompaña;
Viene a morir en
España,
Y es en Génova
enterrado.
Francisco
de Quevedo
Juan Francisco Valerio Quintero
MIRAR
A LOS DEMÁS REQUIERE, SIN DUDA, de la capacidad para mantener la vista sobre nosotros
mismos. Esta afirmación no conlleva moralina de ninguna especie. Sin excluir,
desde luego, la consideración de los valores éticos, este enunciado no hace sino poner en primer plano una
necesidad práctica que permite clarificar tres aspectos relacionados con la
manera en que vemos y, a su vez, nos miran los otros.
El
primero de ellos, es que nadie padece soledad tan grande que le impida estar al
tanto de alguna experiencia que le permita valorar el resultado de los actos u
omisiones que condujeron al éxito o la desgracia ajena. Esto es lo que se
desprende del Diccionario de la Real
Academia cuando define el término latino álter ego como la “Persona real o ficticia en quien se reconoce, identifica o ve un
trasunto de otra”. El punto es, entonces, la manera en la que miramos al otro.
El segundo, una inversión
del anterior, implica que nuestros juicios y acciones no solamente encuentran
un reflejo en los demás, sino que pueden influir o determinar aspectos vitales
para su existencia. Esto, sin duda, explica la forma en la que los otros nos
miran. El tercer aspecto a considerar es que estas interacciones resultan
ciertas lo mismo para las personas y las instituciones, que para las naciones
pues todos, sin excepción, nos comportamos a partir de la percepción que
tenemos de la realidad y de nosotros mismos. Se trata de la mirada pública, o
bien, de la interacción de las miradas.
Más de un lector pudiera
encontrar dramáticas e ilustrativas las palabras pronunciadas por el Rey Juan
Carlos de España, en el marco de la inauguración de la Vigésima Segunda Cumbre
Iberoamericana celebrada en Cádiz, la misma ciudad en la que, doscientos años
atrás, se aprobara la primera Constitución española y a cuya Asamblea, las
Cortes de Cádiz, fueron convocados diputados de las provincias españolas,
americanas y de Filipinas, entre los cuales figuró –y destacó– el zacatecano
José Miguel Gordoa y Barrios.
Lo mismo que hoy, hace
doscientos años España se encontraba en crisis, aunque de distinta naturaleza a
la presente. En aquél entonces, invadida por tropas de Napoleón Bonaparte y
desconocido su monarca, José I, el clero, la milicia, la burguesía culta y
adinerada, así como los partidarios de la realeza, debieron volver los ojos al
pueblo… y a los territorios coloniales. Vale decir que, en aquél momento,
España no pudo ni quiso mirarse a sí misma sin considerar a los otros.
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