Miscelánea.
Francisco Javier Contreras Díaz.
De entrada, el resolutivo del Instituto Nacional Electoral (La Jornada 8/8/15) sobre lo terrible e inútil que es respetar la ley por parte del primer partido con vocación de honestidad, el Verde Ecologista: “Violar la ley no basta para perder el registro”. Esto constituye la sentencia para que se frene toda villanía ciudadana de exigir rendición de cuentas y que retorne el carnavalesco imperio de la ley. El razonamiento es un final feliz para la aristocracia de la corrupción, es sentar jurisprudencia para facilitar el alegre tránsito de la obsoleta legalidad al jet set delincuencial y, de paso, fortalecer la impunidad para la aristocracia electorera. Este resolutivo muestra de que la corrupción en nuestro Macondo goza de cabal salud, que la mentira adquiere verosimilitud al destazar la indignidad residual excedente de la que disfrutan en la partidocracia.
Ni las felices coincidencias de una misa pública, los twits impregnados de misericordia y abatimiento moral del Papa Francisco y los de Enrique El Ilustrado, lograron regresar la calma a los deudos y personas que padecieron el desastre. Hacía falta que el gobierno popularizara la exquisitez de lo lógico: una campaña de muy buen gusto para lograr el acopio de víveres e imitar la moda del eficiente esquema para solicitar limosna en plena era postindustrial. La idea fuerza se apellida:“Todos Unidos por Mazapil” y es la campaña más acabada en términos de consolidar una de las más contundentes formas de involucrar socialmente a segmentos que han atrapado a la opulenciaadentro de sus hogares que, traducido, corresponde al 99.9 % de los macondianos.
Como la población de Macondo tiene la consolidada manía por acumular excedentes de jamón serrano, cantidades perversas lo mismo de T-Bone que de Top-Sirloin, también lo fanatiza sentirse arropado por cantidades exorbitantes de bacalao noruego, caviar beluga y trufas para mantener en un bajo rango su dieta cotidiana y lo sólido se lo baja con sorbos de Romanée-Conti o ya de perdida con un Pingus. También se han alejado del mundo al dormir en camas hiperváricas o de bronceado con clima y videojuegos integrados, por lo que las cobijas y las camas de agua (¡habrá qué probarlas!) ya son referencias extraviadas en el radar de las antiguas comodidades. Las cavas y despensas de los macondianos no están para insultos de parte de las autoridades que solicitan agua embotellada, leche en polvo, alimentos no perecederos (¿no desaparecen ni después de tragarlos?), ropa en buen estado, medicinas y cobijas para hacerlos llegar como apoyo social a las familias afectadas por el desastre en Mazapil.
¿Acaso el gobierno no se ha enterado de la realidad en la que se debate el macondiano en todos los estratos? Pues deberían saber que los macondianos habitan el climax de no apaciguar su sed con agua, la mitigan con Heineken; que desde el heroico acontecimiento de Chernobil la leche en polvo la donaron a activistas Pro Hambre de Ámsterdam para que sea repartida entre los pobres de aquellas latitudes. El gobierno no se ha enterado que el entusiasmo por usar pañales desechables ya es nostalgia placentera y de lo In se caminó hacia lo Out. Los pañales desechables hoy se usan como atuendo tribal para ocultar el rostro ante la vergüenza de la indigencia de los países ricos que piden auxilio social. Síntoma inequívoco del subdesarrollo y no de un Macondo que soporta un insultante Estado de bienestar por culpa de un New Deal.
El drama es ficticio y los macondianos lo saben. No habrá respuesta a tan pueril solicitud porque un ciudadano absolutamente desinformado sabe que poseemos la mayor reserva dineraria para encarareste tipo de contingencias. Tenemos un fondo para desastres que se ha nutrido con los intereses de la especulación inmobiliaria y la eficiente bursatilización gubernamental, por lo que no ha sido una carga fiscal para los habitantes de este paraíso. Este fondo tiene una estabilidad y un crecimiento financiero que envidiaría el mismísimo Keynes o Lehman Brothers.
Basta observar la infinita peregrinación dineraria en obra de infraestructura, tan necesaria e impostergable, lo que constituye la demostración científica de que debemos replantear la permanencia del distintivo nombre de Macondo para ser sustituido por el de Jauja. Si buscáramos equivalencias, ¿a cuantos kilos de leche en polvo, alimentos que ni tragados desaparecen, medicinas y cobijas equivaldría el dinero arrojado a la plancha de la Plaza de Armas, la alameda y el centro de convenciones en las instalaciones de la feria o un imprescindible canal de televisión estatal? ¿Cuántos pañales se podrían adquirir con lo que construyeron un velódromo para uso cuasi familiar? ¿Cuántas botellas de agua con el derroche de los festivales del folclor y tanto inaceptabledistractor como la visita real? ¿Con semejantes cantidades no podrían construir un hospital de primer nivel, no solo en Mazapil, y dotarlos de ambulancias de última generación para traslado de pacientes y no hacerlo en flamantes trocas para ganado? Y la riqueza expoliada por parte de una minera dueña, de facto, del municipio y su subsuelo ¿a qué equivaldría?
“Todos Unidos por Mazapil” no constituye una petición seria, es el recordatorio que los macondianos rehuimos a la desdicha y abnegación de ser un lugar en el que deberíamos de indemnizar a la opulencia por los altísimos niveles de ingreso tan atroces que disfrutamos, que ante eso deberíamos estar pensando en un Programa de Disminución del Bienestar o terminaremosmuertos o locos de éxito.
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