Miscelánea.
Francisco Javier Contreras
Díaz.
…y el Maligno apareció y
desvistió a antiguos guerreros de la transparencia y la rendición de cuentas.
En encíclica negra a su Partido alertó de hechicería en las cuentas y balances
y tan insignificante acto le valió ser arrojado a un río de lava sin regreso,
lo volvió pecador sin salvación, hereje irredento. Las hordas se le lanzan con
actitud de presbíteros y destrozan valientemente la incorruptibilidad de la que
todos –mientras manifiestan su fidelidad- gozan. Lo encerraron a cal y canto y
descargaron sobre sus huesos insepultos un bombardeo mediático en lugar de
destrozar la conjura con argumentos y cifras y no con fábulas que sólo avivan
el olfato.
Ha perdido la razón,
coincide el coro de acólitos, ¿cómo que atacar con la banal duda a nuestro
instantáneo emperador? ¿qué denunciar la existencia de lodos administrativos no
equivale a provocar a los dioses para recibir castigos inenarrables? El paraíso
de las finanzas públicas en Macondo y Gomorro es tan nítido e inmenso como la
mismísima creación del Altísimo, es tan virginal que los hedores de la pillería
nunca los tocarán y haremos caso omiso a los cantos de guerra y descrédito; nos
pondremos en oración para desterrar la codicia del hermano ahora impuro.
Se comprueba la eficacia de
los ejercicios espirituales cuando los cruzados del bien sostienen que “Dios
nos ha concedido la gracia de habitar el presupuesto, nos adiestró no para
hurtarlos sino para dedicarlos a su veneración y nos inculcó que los saldos
presupuestales deben ser usados para combatir a herejes sedientos de sangre
numismática y para que nuestras descendencias nunca se regocijen en el éxtasis
de la pobreza franciscana. El Señor nos asignó una estremecedora pureza y nos
dotó con el temple de un alma atravesada por llagas para otorgar nuestra piedad
y perdón para los que sufren de la incomprensión y desesperación por vivir en
los guetos presupuestales. Hoy, el impuro abandona el paraíso y ara en lo más yermo
de la calumnia; hoy el hermano camina sobre la gusanera en llamas de la sangre
podrida de la calumnia y las tribulaciones.
JHS nos da su fortaleza para
resistir plagas arrojadas sobres nuestras níveas conciencias por curanderos y
hechiceros de la democracia. El Salvador nos arropa para evitar privaciones
espirituales y para regocijarnos en nuestra encomienda celestial que es el bien
común y con ello anular las diabólicas privaciones de la carne. María nos ha
iluminado para gastar sólo en obras de alta rentabilidad, porque a ella poco le
interesa la construcción de hospitales, leproserías o escuelas para tullidos y
contrahechos (¿para qué si los maestros tienen puros alumnos inexistentes o se
dedican a funcionarios de gobierno?) y el 20 per cent nos permitirá adquirir de
contado una beatificación. A nosotros nos defiende nuestra fe y nuestro camino
lo señala las enseñanzas de nuestros antepasados en el Partido, porque hemos
ascendido la vereda de la purificación en el mérito de transitar en la escala
evolutiva desde indio idólatra, oidor, capellán y obispo de la administración
pública, esperando el milagro de llegar a purpurado o que Su Señoría nos
otorgue, sin consideración alguna, el título de virrey. Eso o la elegía.”
Para borrar las deslealtades
y apostasías tuvimos que acudir a refrendar nuestra convicción de que el Estado
laico es una barrera para el despliegue de la fuerza creadora de nuestra Santa
Religión. Por eso dejamos al tránsfuga palidecer en el calabozo para que
conozca de cerca los horrores de la exclusión presupuestal. Le tundimos como lo
hacemos con el Belcebú de la pureza, le asestamos una penitencia semejante a la
del impío que no se doblega ante la historia sagrada de los gobiernos emanados
de los rituales cabalísticos de la revolución.
Para ridiculizar el
berrinche de Belcebú y sus emisarios seráficos, peregrinamos hasta la mismísima
Plaza de San Pedro en pos de la foto con Francisco (el Santo Padre mismo por su
boca me ordenó: “háblame de tú”) y obtuvimos no sólo bendiciones oportunas y a
granel sino también inversiones en obras pías y sacramentales, comenzando por asignaciones
presupuestales y óbolos invertidas en Catedral y Plaza de Armas.
Es tanta la devoción de este
pueblo por Francisco (él me dijo: hijo, ¿podré algún día naturalizarme
macondiano?) que con su ayuda exorcizaremos las intrigas y blasfemias
incorpóreas. La teología de la opacidad triunfará sobre las fuerzas malignas
una vez que su Santidad nos ordene frailes de la orden del Sublime Gobierno,
ese día esta administración ocupará su sitio en el santoral.
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