Miscelánea.
Francisco Javier Contreras Díaz.
29 junio 2015
29 junio 2015
Una maravilla por la cual vivir en estos tiempos de democracia participativa,consiste en que los políticos nos soliciten asistencia técnica para incrementar el suspenso en la decisión más trascendental de su existencia: aceptar que no pueden rehuir a la historia y hacernos el favor de convertirse en candidato a gobernar Macondo o alguna de las aldeas circunvecinas. Aceptar ser candidato es la reiteración de su hombría, equivale a mostrar su certificado de probidad, es reinstalar la verosimilitud de que su trayectoria no se debe de buscar en el melodrama o la excentricidad lacrimógena de servicio del gobernante en turno o su lealtad a sus respectivas tribus, sino en sus coincidencias con la lucha de clases.
Sin tener el mínimo respeto por la irrelevancia que conlleva este tipo de anuncios, nadie ha podido impedir que el pueblo goce la degradación de lo que antiguamente se llamaba “tapado”. El ‘tapado’ era el pueblo en masa bajo una capucha, era la multitud dentro de un solo cerebro y una sola alma. El ‘tapado’ encarnaba lo más típico del sistema; era lo más primitivo después de Adán y Eva amontonándose para tramitar la pulcra credencial del pulcro Instituto NacionalElectoral.
Ahora, la novelización del ridículo los ha convertido en ‘destapados’ o, en el mejor de los casos, y acatando el mandato de las masas, en sublime ‘autodestapado’ y alzando el bastón de mando del purismo nos dejan caer las tesis para desterrar la miseria (¿cuál), como una añoranza nostálgica, sus estrategias para no encerrarse en la cocina y cómo convertirán la alameda, o la plaza de armas en el ombligo de una nueva megalópolis al más puro estilo de Calcuta.
Los neodestapados o autodestapados se declaran adictos a la razón y su meta nunca disimulada es sacar del progreso a los campesinos que aun sobreviven al desastre de la acumulación de capital, y de esa forma, fortalecer el turismo agropecuario. Se declaran fanáticos de la honradez –inútil, pues eso es de dominio popular- y reafirman que vestimenta es origen, porque Versace o Victoria Secret son ejemplos de infatigables revolucionarios. Cada salpicadura de frasesvertidas en las conferencias magistrales, antiguamente conocidas como de prensa, es un dechado de sensualidad propositiva: sin que exista acoso, se comprometen a firmar ante notario el inevitable crecimiento económico de Macondo.
En una inevitable actitud competitiva e incluyente, declaran que, como tienen hipotecado el triunfo, elegirán, con el oficio que sólo ellos dominan, a los mejores hombres y mujeres (sin reparar en anatomías y anacrónicos coeficientes intelectuales) para acometer tan envidiable empresa como es el gobernar, tal y como invariablemente ha sido hasta hoy.
Tan susceptibles que son para el éxito que toda una excelsa vida en las complejas lides de la sobrevivencia presupuestal les avala. Sus trayectorias les delatan los severos compromisos con la desmodernización y la enajenación de los excedentes industriales y recursos naturales del país. No son ocurrencias, sus trayectorias y su militancia en los espectáculos de la partidocracia que nos ha instalado en la versión macondiana de la periferia del primer mundo, no pertenece al mundo de la fábula. La patria es la que se les ha quedado rezagada.
Sólo los amargados de siempre no reconocerán las hazañas sociológicas y políticas de tan significativos demócratas que ya hasta parecen vendedores ambulantes del progreso. La irrupción tardía de los destapados no es sino la clara evidencia de que a los macondianos les fascina la hermosura y frescura de los candidatos de facto y sus respectivos partidos.
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